martes, agosto 22, 2006

Sombras

Bruno Marcos
Voy por el paseo que debería llamarse de los tristes. Me cruzo con un cojo, con un anciano sin afeitar con penacho de cabello blanco agitado por la brisa, con otro de traje de invierno en agosto, uno más con esas gafas que venden graduadas al tuntún en el rastro, y así... Y los recortes de conversaciones: “... todos bien -dice uno- menos mi mujer que murió...”, “... entre hermanos -comenta otro más allá- las cosas van estupendamente hasta que se meten de por medio los cuñados...”
Todo un mundo que soñamos pasado, inexistente, revive bajo esos castaños, en esa línea recta paralela al río que parece retar al caminante. Solitarios de sí mismos, muy de mañana, ninguno te devuelve la mirada, jubilados de sí mismos, seres que parecen jamás haber brillado, jamás haber triunfado ni siquiera en el amor. Se saben sombras, sombras que deambulan por la ciudad como de incógnito, tomando los escenarios a deshora, mordisqueando un poco de esplendor al día sin que nadie les note.
Cuando vas de ventanilla en ventanilla porque tienes un recién nacido los funcionarios se muestran mínimamente cordiales, por un instante, casi es imperceptible. Yo no les respondo, no puedo alegrarme con esos personajes de carne kafkiana. Ellos mismos perciben que son seres odiosos, notarios de tanto nacimientos como defunciones o lo que les pongan por delante, perfectamenta anotarían, si fuera menester, fusilamientos o torturas, avistamientos de ovnis, visitas de extraterretres o mutantes, saben que a través de ellos se oficializa la desacralización de la vida, la rutina de las sombras, de las sombras pasajeras. Me duele que toquen el nombre de mi hijo, que retuerzan con sus trazos torpes de un bolígrafo andrajoso las cinco letras de su nombre.
Para entrar en el juzgado tengo que despojarme de todas mis pertenencias metálicas, pero qué mundo es este, un mundo en el que un padre que quiere inscribir a su hijo en el registro civil es sospechoso de hacer volar el universo. Tal vez el inconsciente burocrático se da cuenta, te sugiere, que eres un canalla por sepultar su nombre en esos legajos, por hacerle una sombra.
Atravieso el río, la naturaleza aflora por las grietas del paseo que una subvención despistada construyó contra el curso del mundo, el lugar quiere volver a sí mismo, nada lo para, pero qué me importan a mí todos los lugares del mundo, ni siquiera este que pisan mis pies. Decía Luis Cernuda: “Cuando arde el sol en las playas del mundo./ Mas ¿qué importan a mi vida las playas del mundo?/ Es esta solamente quien clava mi memoria”. A mí ni siquiera esta me importa.
Enciendo el televisor después de tantos días y unos cuantos se pasean por las ruinas de Beirut. Son bloques de viviendas, manzanas enteras de pisos como los nuestros destrozados por las bombas. Me imagino que aquí, de pronto, alguien bombardease mi casa, todas nuestras cosas que con minuciosidad hemos estado colocando al margen del mundo. Nadie respondería, ni seguros, ni gobiernos, ni culpables, como en Líbano nos habrían destrozado todo, acaso asesinado, y todo quedaría impune.
Aquí o allá, en Líbano, en Irak, en Afganistán, en Londres, en Atocha, en Nueva York, aquí o allá, en cualesquiera lugares del mundo lo que muere es pueblo, sombras.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

el mundo es según los ojos de quién lo mira.
Su tristeza es la tuya
Tu triteza es la suya.

agosto 23, 2006 11:48 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Y ahora depresión post-p...
Vuelve a tí.

agosto 23, 2006 3:49 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Y dónde está ese ti?

agosto 24, 2006 4:58 p. m.  

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